Ahí me estaba yo, esperando a que me atienda una joven con mirada rara y aburrida.
-Gutierrez, Ulises- se escuchó desde la otra punta de ese pasillo tan frío como mis manos, y casi tan triste como los pensamientos de mi vieja.
-Bajaste seis kilos en cuatro meses... Es preocupante- dijo después de mi visita a la balanza y darme un chequeo visual totalmente incómodo e innecesario. Pues se notaba a simple vista mi drástico e inusual cambio estético.
Pero empecemos del principio de todo esto, a esos días no tan lejanos en los cuales no me importaban estas cosas y era un malchico desconsiderado; quiero decir, un pre-adolescente que se quería a si mismo.
Volvía de Unicenter y me sentí mal. Había comido mas de lo que quise y creía reventar en cualquiero momento. Fue entonces cuando la conocí; sabiendo que si firmaba su contrato, estaría conmigo para siempre. Repasé una y mil veces sus condiciones antes de aceptar. Respiré hondo, cerré los ojos y unté mis dedos en la saliva que segregaba mi garganta.
"Está bien", pensé para mis adentros- "Un par de veces mas y paramos"- continué. Lo que yo pase por alto en ese contrato, fue la clausula que me impedía frenar. Casi sin saberlo me sumergí dentro de una montaña rusa llena de mentiras, atracones, adrenalinda, soledad, encierros y desesperaciones.
-"Tenes que tomar vitaminas,y hacer una lista con lo que comes en el día"- La voz de la nutricionista me trajo de regreso a la realidad. Accedí a sus términos sabiendo que no iba a cumplirlos, ya que en el reflejo de su vitrina pude observar el contrato que, meses antes, había firmado.