miércoles, 18 de febrero de 2015

¿A quien culpar cuando se nada en la nada?

-Díganos todo lo que vio de los hechos ocurridos anoche a las 21.46 p.m
- Todo lo que pude observar, lo hice desde la bisagra de la puerta. Apenas un pequeño haz de luz se filtraba entre el hueco angosto que se forma entre la puerta y la pared. 

 No escuche cuando entró, simplemente lo vi parado frente a mi. Era de contextura escuálida y la palidez de sus manos resaltaba por el brillo de la luna que entraba desde la ventana del living. Creí que era ella. Siempre llegaba a esa hora, me daba de comer y se quedaba charlando conmigo un buen rato. Me contaba sus cosas, sus días, sus amores pasajeros en el 60 camino a la facultad. Yo no lo entendía, nunca la entendía, ¿Como iba a hacerlo si esas cosas eran desconocidas para mi? Pero la escuchaba, siempre la escuchaba. Ignoré el hecho de que aún era temprano para su arribo a casa. No es mi culpa, no hay relojes en donde estoy, y de haberlos, no sabría leerlos. 
 Una hora más tarde, ella entró gritando mi nombre, saludandome con esa dulzura y simpatía que tanto la caracterizaban. Ahí fue cuando me di cuenta que la persona que esperaba del otro lado de la pared era un que o un quién. Me desesperó el hecho de que mis gritos se ahogaran junto con ella.
 Digo con ella porque... porque él la asfixió. Salió de la sombra en la cual se ocultaba y la atacó por la espalda. No pude verlo con claridad, pero al oír el sordo sonido de su traquea romperse... quebrarse... hacerse añicos en sus manos, supe que la había matado.
-¿Por qué no intervino en la situación?
-Porque, paradojicamente, solo podía hacer lo que hago día tras día en esa esfera de cristal rebalzante de agua tibia. Nada.

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